jueves, 28 de mayo de 2009

Holocausto, niños, libros y dibujos.

Si uno lo piensa, resulta muy complejo contar a los niños la historia de los campos de concentración y lo que supuso el exterminio nazi. Cualquiera que se haya acercado a los impresionantes documentos producidos por la Shoah Visual History Foundation se dará cuenta del extraordinario valor que cada historia adquiere al ser contada. Multitud de niños, ahora ya ancianos, recuerdan lo que vieron sus ojos.

En los comienzos de los años 80 el ilustrador Roberto Innocenti estaba comenzando su carrera en el mundo del libro infantil. Había conocido al ilustrador y editor suizo Étienne Delessert quien le permitió ilustrar una versión de Cenicienta que resultó ser un gran éxito de ventas. 

A partir de ese encuentro, Innocenti enseñó a Delessert unos dibujos que realizó sobre una obra escrita conjuntamente con el periodista Christophe Gallaz. Se trataba de un álbum ilustrado, "Rosa Blanca", que contaba una historia terrible sobre los niños en la Alemania Nazi. Andaba bastante fastidiado por no encontrar ningún editor dispuesto a sacar este libro al mercado. 

Innocenti le contó a Delessert que los dibujos fueron realizados después de un gran trabajo de investigación y documentación.

Si uno se fija bien, te das cuenta que gran parte de los personajes fueron tomados de fotos reales. 

Además, "Rosa Blanca" era una gran historia. Hablaba de una pequeña ciudad alemana durante los años del nazismo en donde una chica ve desde su ventana cómo un niño intenta huir de un camión sin conseguirlo. 

El editor Delessert se entusiasmó con el proyecto confiando ciegamente en sus posibilidades. Lo que ningún editor quería mostrar a los niños, Delessert lo acogía con optimismo pensando que encontraría la manera de mostrarlo sin que los niños sufrieran con la crudeza de la historia, pues sólo los padres sabrían leer entre líneas. Y lo consiguió. Tal vez lo más interesante sea ese equilibrio entre la información que suministra el narrador, la interpretación del ilustrador y la labor de complicidad del lector adulto, que sabe entender allí donde las palabras nada dicen: "Por todas partes colgaban banderas de colores y los niños saludaban", se dice en un momento del texto.

Y por supuesto la muerte está presente, pero siempre de una forma en la que el niño se hace preguntas, dejando que sean los adultos los que, en cada caso, elijan las respuestas: "Se movieron sombras entre los árboles. Eran soldados ... de pronto, sonó un disparo". Nada se añade al asesinato de una niña. En realidad, no hace ninguna falta.

Este libro que nadie quería editar se ha convertido en todo un clásico. Publicado en 1985, desde entonces ha sido traducido a multitud de idiomas y ha sido vendido en infinidad de países. Esto fue posible gracias a la creatividad de un periodista, un ilustrador y un audaz editor suizo.

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